El boletero realiza su papel en el circo, no de actor, sino de trabajador serio (obrero). Se estampa durante un momento anterior al despliegue del evento en la entrada, donde cada uno de los que han pagado ya su entrada lo irán a ver primero para darle el boleto que les dará acceso a sentarse sobre las butacas y contemplar una serie de juegos, planeados de antemano para deleitarlos y distraerlos de aquello que se encuentra fuera de la carpa del circo mismo: la realidad.
Lo que estimula a la audiencia a entrar al circo son motivaciones bastante variadas, no sería posible listarlas todas. Cada uno ha llegado por razones distintas, por motivos que se entrelazan con su historia personal y colectiva o ideológica, quizá algunas se parezcan. Pero Aira no nos habla de eso, nos indica que ya estamos todos dentro del circo, y no en el comienzo ni en la introducción, sino en la función que dan los dos payasos antes del acto más importante y final: los leones (¿anuncia la posibilidad de una catástrofe?).
Va a ser necesario precisar que Aira es un escritor que experimenta, él mismo lo explica en diversos escritos y entrevistas. Sus libros, para él, son como cuentos de hadas o experimentos. Como un niño mezclando elementos químicos en cantidades no muy precisas para ver qué pasa, sin un plan predeterminado ni siguiendo el rigor de la ciencia. Nos explica, asimismo, que ni él sabe qué es lo que va a pasar. Sus ficciones las hace siguiendo el juego que le permite la escritura. Tomarse en serio cualquier lectura es cuestión del lector, pareciera sugerir. Y obviamente la interpretación que se le dé queda a cargo también del lector. Así, pues, la lectura de este libro en Lima, Perú, puede significar algo completamente distinto a la lectura de la novela en Siberia, Rusia. Eso ocurre con cualquier novela, sin excepción, los puntos de referencia de cada lector son distintos y están determinados por su experiencia personal; pero con los experimentos de Aira las interpretaciones pueden llegar a oponerse incluso violentamente -por esa naturaleza de experimento infantil, todo puede de pronto estallar y dejar a todos con los pelos de punta y empanizados con polvo negro-. El mensaje recurrente de César Aira es: yo, como escritor, estoy distanciado de la realidad.
Me han dicho en alguna ocasión que para Aira el estilo está por encima del significado; y que la narración debe ser la única "huida hacia adelante". A lo cual yo contesté que probablemente para Aira sea más importante el estilo de la narración que el significado; sin embargo, para el lector eso no es necesariamente siempre cierto. El lector, al hacer la lectura, es como si escribiera de nuevo el libro. Sería muy difícil, si no que imposible, prescindir de una interpretación simbólica, habría que preguntarse entonces: ¿por qué se ha elegido una palabra y no otra? ¿por qué un tema y no otro? ¿por qué haberle dado continuidad?
Sí, él expresa con transparencia que para él es como contar un cuento de hadas; esto no tiene por qué ser verdad, por lo menos no enteramente verdad. Si la narración es la única "huida hacia adelante", para el lector la interpretación es también "la única huida hacia adelante". De no ser la interpretación parte del lector, entonces la lectura se volvería un mero artefacto de entretenimiento -un circuito infinito sin fin- que sugeriría inclusive con más vehemencia mi teoría -más un juego que algo serio- en la cual los escritores de América Latina están de manera indirecta empujando a los lectores a dejar de pensar y a impedir que se haga de ellos un análisis crítico.
También la misma persona me ha indicado que los temas que Aira elige son arbitrarios -como si Aira tomara de pronto un diccionario, lo abriera al azar e iniciara su escritura con la primera palabra que ha tocado su dedo-, y mi reacción quizá no haya sido de su agrado, porque: ¡Ningún tema puede ser arbitrario! -ni aunque Aira haya hecho el truco del diccionario-. A pesar de: "Porque el continuo, que es el impulso permanente de continuación, no se confunde con la continuidad. No hay una necesidad ideal que lo determine, diríamos mejor que es, paradójicamente, la secreta intervención del azar quien lo gobierna." En su novela "Yo era una chica moderna" dice algo así como: sí, está el azar, mas hay elementos que desconocemos que en una u otra medida determinan esa ilusión de azar. Y por su mera ubicación geográfica y experiencia personal en Argentina, no se lo puede desprender de la categoría de escritor latinoamericano. Y seamos claros, estoy escribiendo para dar mi interpretación personal, no para descifrar los motivos ocultos de Aira, que quizá para él ni existan -aunque lo dudo-. Además, el hecho de que "el estilo esté por encima del significado" no significa que el estilo anule el significado.
Dos cosas van ocurriendo al mismo tiempo en el escenario, y los espectadores lo saben, puesto que están avisados y además lo pueden ver con sus propios ojos. En el primer plano, el circo busca sostener la atención del público con el acto de los dos payasos; y en el segundo plano, en donde no se enfoca tanto la atención porque está ocurriendo en el fondo, es en los trabajadores(Aira utiliza la palabra obreros) que están armando la jaula en donde entrará el domador de leones a realizar su acto.
En un principio imaginé sencilla la interpretación de la novelita, incluso me pareció absurda la primera lectura que le di hace dos años; el tiempo ha cedido para que durante la segunda lectura haya comprendido más ampliamente un mensaje. Quizá no el mensaje de Aira; pero sí el mensaje que ha encontrado este receptor.
Lo relacioné inmediatamente a lo que hace un gobierno con sus habitantes. Releamos esa frase: ¿un gobierno con sus habitantes? ¿Un gobierno tiene habitantes? Como si acaso el planeta Tierra fuera un gobernante y sólo en calidad de gobernante pudiera tener habitantes. Las palabras precisas son: lo que hace un gobierno con sus gobernados. El ya tan conocido y aceptado "pan y circo" -«Panem et circenses»- para el pueblo. Incluso me pareció que la elección del circo provenía precisamente de esa frase latina, que tiene su origen en Roma, cien años antes de Cristo, del poeta romano Juvenal.
La práctica del gobierno consiste en aislar al pueblo de los asuntos que le conciernen, de no permitirles esperar absolutamente nada más que una danza mediocre como fachada para mantenerlos tranquilos, mientras detrás del telón se cometen y ocultan hechos controvertidos, algunas veces atroces.
Durante la presentación de los dos payasos, me doy cuenta de que como espectador -y lector-, estoy sentado y esperando. Contemplo entonces la posibilidad de la lectura de novelas como parte del circo mismo. Esa máquina industrial que día tras día imprime miles de libros y atiborra los anaqueles con promesas de intelecto puede ser, en realidad, sólo un circo de distinta estirpe al del fútbol soccer o cualquier otro tipo de entretenimiento televisivo, con los escritores como payasos.
Y lo que va ocurriendo, al mismo tiempo en que leo o contemplo el circo de los payasos es sencillo: se va armando una jaula. En la novela, la jaula se arma frente a mis ojos; en la realidad también, pero a mi alrededor. Por la manera en que se espera que actúe la masa de espectadores, nadie interrumpe la construcción de la jaula: lo mismo ocurre en la realidad.
Para ser preciso, me parece que Aira nota lo mismo que el poeta romano Juvenal; no obstante, agrega un elemento más a la ecuación: la jaula, que también es prisión, que también es ciudad, carreteras y parques nacionales. Recientemente ha sido cada vez más claro que el ciudadano en realidad no es libre, sino que solamente posee la ilusión de ser libre, y con ello le basta. Es a través del circo -televisión, películas, literatura, etc.- que el ciudadano se educa. Es ahí en donde encuentra modelos de comportamiento a seguir que lo mantienen en calidad de ciudadano. La alternativa es la prisión -aunque en rigor, la prisión ya está: la verdadera alternativa es la reducción del tamaño de la prisión-, que está siempre en una construcción dinámica, adaptándose conforme al tamaño de sus problemas y sus prisioneros. "Se arma una gran jaula: un muro de barrotes de tres metros de alto que da toda la vuelta a la pista. Adentro queda sólo el domador; arriba, en una sillita como la de los árbitros de tenis, un tirador experto con una carabina de caza mayor: el maestro de ceremonias explica que es una precaución por si alguno de los animales se vuelve loco y la vida del domador corre peligro." Ahora bien, recordando el comentario que nos hicieron respecto a cómo para Aira la estética está por encima del significado, en la frase anterior no parece ocurrir eso. Al decir "el maestro de ceremonias explica", se entiende como el anuncio oficial de lo que va a ocurrir en una reforma; "es una precaución por si alguno de los animales se vuelve loco": nótese que no se refiere a los leones directamente por su nombre, sino a "los animales" (recordemos que el hombre es también un animal). El tirador experto, obviamente, es el ejército. El domador... ya se sabe.
Los payasos salen en un intermedio: "el momento no oculta su naturaleza de intermedio; no podría ocultarlo, ya que durante todo su desarrollo están armando la jaula alrededor. La escena va quedando enjaulada... Por supuesto, los payasos hacen como si no vieran nada, abstraen el trabajo afanoso de los obreros(Aira elige la palabra obreros), que por su parte van colocando los pesados paneles de reja uno sobre otro, y ajustándolos, con la seguridad y rapidez que da la práctica muy repetida(desde tiempos romanos); ellos tampoco prestan atención a lo que sucede en el medio de la pista, lo abstraen. De más está decir que, en su mutuo ignorarse, la sincronización de unos y otros es perfecta: terminan ambos al mismo tiempo."
Va a ser necesario precisar que Aira es un escritor que experimenta, él mismo lo explica en diversos escritos y entrevistas. Sus libros, para él, son como cuentos de hadas o experimentos. Como un niño mezclando elementos químicos en cantidades no muy precisas para ver qué pasa, sin un plan predeterminado ni siguiendo el rigor de la ciencia. Nos explica, asimismo, que ni él sabe qué es lo que va a pasar. Sus ficciones las hace siguiendo el juego que le permite la escritura. Tomarse en serio cualquier lectura es cuestión del lector, pareciera sugerir. Y obviamente la interpretación que se le dé queda a cargo también del lector. Así, pues, la lectura de este libro en Lima, Perú, puede significar algo completamente distinto a la lectura de la novela en Siberia, Rusia. Eso ocurre con cualquier novela, sin excepción, los puntos de referencia de cada lector son distintos y están determinados por su experiencia personal; pero con los experimentos de Aira las interpretaciones pueden llegar a oponerse incluso violentamente -por esa naturaleza de experimento infantil, todo puede de pronto estallar y dejar a todos con los pelos de punta y empanizados con polvo negro-. El mensaje recurrente de César Aira es: yo, como escritor, estoy distanciado de la realidad.
Me han dicho en alguna ocasión que para Aira el estilo está por encima del significado; y que la narración debe ser la única "huida hacia adelante". A lo cual yo contesté que probablemente para Aira sea más importante el estilo de la narración que el significado; sin embargo, para el lector eso no es necesariamente siempre cierto. El lector, al hacer la lectura, es como si escribiera de nuevo el libro. Sería muy difícil, si no que imposible, prescindir de una interpretación simbólica, habría que preguntarse entonces: ¿por qué se ha elegido una palabra y no otra? ¿por qué un tema y no otro? ¿por qué haberle dado continuidad?
Sí, él expresa con transparencia que para él es como contar un cuento de hadas; esto no tiene por qué ser verdad, por lo menos no enteramente verdad. Si la narración es la única "huida hacia adelante", para el lector la interpretación es también "la única huida hacia adelante". De no ser la interpretación parte del lector, entonces la lectura se volvería un mero artefacto de entretenimiento -un circuito infinito sin fin- que sugeriría inclusive con más vehemencia mi teoría -más un juego que algo serio- en la cual los escritores de América Latina están de manera indirecta empujando a los lectores a dejar de pensar y a impedir que se haga de ellos un análisis crítico.
También la misma persona me ha indicado que los temas que Aira elige son arbitrarios -como si Aira tomara de pronto un diccionario, lo abriera al azar e iniciara su escritura con la primera palabra que ha tocado su dedo-, y mi reacción quizá no haya sido de su agrado, porque: ¡Ningún tema puede ser arbitrario! -ni aunque Aira haya hecho el truco del diccionario-. A pesar de: "Porque el continuo, que es el impulso permanente de continuación, no se confunde con la continuidad. No hay una necesidad ideal que lo determine, diríamos mejor que es, paradójicamente, la secreta intervención del azar quien lo gobierna." En su novela "Yo era una chica moderna" dice algo así como: sí, está el azar, mas hay elementos que desconocemos que en una u otra medida determinan esa ilusión de azar. Y por su mera ubicación geográfica y experiencia personal en Argentina, no se lo puede desprender de la categoría de escritor latinoamericano. Y seamos claros, estoy escribiendo para dar mi interpretación personal, no para descifrar los motivos ocultos de Aira, que quizá para él ni existan -aunque lo dudo-. Además, el hecho de que "el estilo esté por encima del significado" no significa que el estilo anule el significado.
Dos cosas van ocurriendo al mismo tiempo en el escenario, y los espectadores lo saben, puesto que están avisados y además lo pueden ver con sus propios ojos. En el primer plano, el circo busca sostener la atención del público con el acto de los dos payasos; y en el segundo plano, en donde no se enfoca tanto la atención porque está ocurriendo en el fondo, es en los trabajadores(Aira utiliza la palabra obreros) que están armando la jaula en donde entrará el domador de leones a realizar su acto.
En un principio imaginé sencilla la interpretación de la novelita, incluso me pareció absurda la primera lectura que le di hace dos años; el tiempo ha cedido para que durante la segunda lectura haya comprendido más ampliamente un mensaje. Quizá no el mensaje de Aira; pero sí el mensaje que ha encontrado este receptor.
Lo relacioné inmediatamente a lo que hace un gobierno con sus habitantes. Releamos esa frase: ¿un gobierno con sus habitantes? ¿Un gobierno tiene habitantes? Como si acaso el planeta Tierra fuera un gobernante y sólo en calidad de gobernante pudiera tener habitantes. Las palabras precisas son: lo que hace un gobierno con sus gobernados. El ya tan conocido y aceptado "pan y circo" -«Panem et circenses»- para el pueblo. Incluso me pareció que la elección del circo provenía precisamente de esa frase latina, que tiene su origen en Roma, cien años antes de Cristo, del poeta romano Juvenal.
"
Hace ya mucho tiempo, de cuando no vendíamos nuestro
voto a ningún hombre, hemos abandonado nuestros deberes;
la gente que alguna vez llevó a cabo comando militar, alta
oficina civil, legiones -- todo, ahora se limita a sí misma y
ansiosamente espera por sólo dos cosas: pan y circo.
"
Juvenal (Satire 10.77-81)
La práctica del gobierno consiste en aislar al pueblo de los asuntos que le conciernen, de no permitirles esperar absolutamente nada más que una danza mediocre como fachada para mantenerlos tranquilos, mientras detrás del telón se cometen y ocultan hechos controvertidos, algunas veces atroces.
Durante la presentación de los dos payasos, me doy cuenta de que como espectador -y lector-, estoy sentado y esperando. Contemplo entonces la posibilidad de la lectura de novelas como parte del circo mismo. Esa máquina industrial que día tras día imprime miles de libros y atiborra los anaqueles con promesas de intelecto puede ser, en realidad, sólo un circo de distinta estirpe al del fútbol soccer o cualquier otro tipo de entretenimiento televisivo, con los escritores como payasos.
Y lo que va ocurriendo, al mismo tiempo en que leo o contemplo el circo de los payasos es sencillo: se va armando una jaula. En la novela, la jaula se arma frente a mis ojos; en la realidad también, pero a mi alrededor. Por la manera en que se espera que actúe la masa de espectadores, nadie interrumpe la construcción de la jaula: lo mismo ocurre en la realidad.
Para ser preciso, me parece que Aira nota lo mismo que el poeta romano Juvenal; no obstante, agrega un elemento más a la ecuación: la jaula, que también es prisión, que también es ciudad, carreteras y parques nacionales. Recientemente ha sido cada vez más claro que el ciudadano en realidad no es libre, sino que solamente posee la ilusión de ser libre, y con ello le basta. Es a través del circo -televisión, películas, literatura, etc.- que el ciudadano se educa. Es ahí en donde encuentra modelos de comportamiento a seguir que lo mantienen en calidad de ciudadano. La alternativa es la prisión -aunque en rigor, la prisión ya está: la verdadera alternativa es la reducción del tamaño de la prisión-, que está siempre en una construcción dinámica, adaptándose conforme al tamaño de sus problemas y sus prisioneros. "Se arma una gran jaula: un muro de barrotes de tres metros de alto que da toda la vuelta a la pista. Adentro queda sólo el domador; arriba, en una sillita como la de los árbitros de tenis, un tirador experto con una carabina de caza mayor: el maestro de ceremonias explica que es una precaución por si alguno de los animales se vuelve loco y la vida del domador corre peligro." Ahora bien, recordando el comentario que nos hicieron respecto a cómo para Aira la estética está por encima del significado, en la frase anterior no parece ocurrir eso. Al decir "el maestro de ceremonias explica", se entiende como el anuncio oficial de lo que va a ocurrir en una reforma; "es una precaución por si alguno de los animales se vuelve loco": nótese que no se refiere a los leones directamente por su nombre, sino a "los animales" (recordemos que el hombre es también un animal). El tirador experto, obviamente, es el ejército. El domador... ya se sabe.
Los payasos salen en un intermedio: "el momento no oculta su naturaleza de intermedio; no podría ocultarlo, ya que durante todo su desarrollo están armando la jaula alrededor. La escena va quedando enjaulada... Por supuesto, los payasos hacen como si no vieran nada, abstraen el trabajo afanoso de los obreros(Aira elige la palabra obreros), que por su parte van colocando los pesados paneles de reja uno sobre otro, y ajustándolos, con la seguridad y rapidez que da la práctica muy repetida(desde tiempos romanos); ellos tampoco prestan atención a lo que sucede en el medio de la pista, lo abstraen. De más está decir que, en su mutuo ignorarse, la sincronización de unos y otros es perfecta: terminan ambos al mismo tiempo."
"muchos de ellos, si se han decidido a trasladarse a ese lejano baldío,
y pagar la entrada, ha sido para ver en acción a las grandes fieras.
Y la jaula es para ellas. ¿para quién si no?"
"La comedieta empieza, desde cero. El efecto es un poco como esa sospecha perenne de los ciudadanos de que los políticos, cuando terminan con sus querellas públicas, inician su acto privado en términos por completo diferentes: los enemigos irreconciliables se invitan un asado, el derechista y el izquierdista son socios en una cadena de supermercados, el patriota y el traidor son cuñados."
El chiste, en Aira, es una constante. Se le define de distintas maneras en sus diversas obras, pero hay un común denominador: el chiste, para Aira, es un impedimento en la comunicación. La risa interrumpe el mensaje. El chiste se vuelve algo innecesario, una pérdida de tiempo. Sería interesante plantear la interpretación del chiste de César Aira como un nuevo capítulo en la obra de Freud. En este caso, nos habla del chiste viejo o mundialmente conocido, y de cómo el chiste no se agota en su mecánica -la mecánica del chiste ha sido en gran medida descifrada por Freud-: "Hay un tiempo en que todos los chistes son nuevos." Se vuelve evidente, la eterna transformación del chiste puede ser un arma para el domador, ¿de qué fieras? ¿de qué animales? Del que se ríe.
"¡Qué error descartar un chiste sólo porque es viejo!"
Y de la misma forma en que la televisión sigue ahí en la realidad, o circo(como quieran llamarle), con su contenido basura; los payasos "ya no hacen reír a nadie, pero siguen ahí, seguramente porque sería muy difícil eliminarlos de un guión donde todo está calculado, empezando por la duración." Ahora incluso se va vuelto en algunas partes del mundo una moda que los actores vayan vestidos de payasos, como lo que verdaderamente son: enmascarados sin disfraz.
"Todos saben que afuera de la carpa, en el pueblo (es decir, en el mundo) la vida sigue, late, brilla. Aquí adentro es otra cosa, es distinto. Hay algo fúnebre, artificial, como de vida después de la vida. Quién sabe por qué. Quizás por ese ridículo problema de escritura en el que se han metido, tan ajeno a los problemas de verdad. La realidad persiste, hagan ellos lo que hagan."
Parece que finalmente, lo que Aira nos lanza como mensaje último de esta obra, es la sospecha de que también la escritura es parte del circo, que los escritores son también payasos, pero de otro tipo. Me parece que por eso esta frase queda subrayada y hace eco en su lectura: "El chiste ha quedado reducido a escribir, escribir, escribir, como una mímica sin objeto."
O.G.C.
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